El sol del atardecer;
la luna de la mañana.
El agua entre las rocas;
la brisa entre las ramas.
La ingenuidad;
la experiencia.
El susurro tímido;
la sonora carcajada.
Los caminos nunca se cruzan en la pradera,
siempre en laderas filosas de elevados precipicios.
Las veladas no encuentran motivos para la tranquilidad,
para el espacio.
Ellos caminan escondiéndose en sus sombras,
esperando que el mundo no sea tan malo hoy.
Ellas mostrando su fortaleza,
aunque aún le teman a la soledad.
Y yo, acá, mirándolos,
con mi sangre expandiéndose por el piso,
sin poder saber quién de ellos decidirá,
cuál de mi seguirá vivo hoy.
