Insight

. 21 de noviembre de 2010
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Hoy mi hermano aprendió a ver. Pasó sin darnos cuenta. Habíamos almorzado debajo de la glorieta toda florecida, y así sin más dijo: ‘Esa hoja entre las ramas es una mariposa’. No dijo ‘parece’, dijo ‘esa hoja es una mariposa’. Y no se refería a que una mariposa pareciera una hoja; sino al hecho de que una hoja era, en su realidad, una mariposa. Flotando entre las ramas de un rosal, bailando entre las hojas que sí eran hojas. Encontrándose entre la brisa del viento primaveral, con esos hilos plateados de alguna araña descuidada, jugando al juego de todas las mariposas.

Sorprendido, el café de arándanos se escurrió de mis labios. La cara de asombro subió raudamente por mi cuello tieso. Todo el universo cambió sus colores a estridentes magentas y voluminosos cyanes. Los dragones surcaron el cielo como de costumbre, pero en esta oportunidad llevaban canastas de semillas pintadas, y en ellas llevaban las flores que iban soltando en señal de festejo.

Luego de la hoja que era mariposa, llegaron los patos que eran duendes y las libélulas que eran hadas. Las historias de sus viejas hazañas no se hicieron esperar y pudimos compartirlas durante toda la tarde. Al caer la noche, con el último mate, el Universo parecía en calma, y todos supimos que era momento de volver a renovar nuestros votos de niños. Cada cual encontró un lugar cómodo para dormir, esperando que los sueños nos trajeran nuevas historias y nuevos héroes.


(...)

Inestable

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Aprendí a no extrañarte, pero a veces me olvido.
Aprendí a no desearte, pero a veces me acuerdo.
Encontré la manera de no buscarte, pero a veces me encuentro.



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Prefacios

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Las calles de Buenos Aires se pierden en los pasos de los visitantes de otros mundos. En sus perfumes viajan aniñadas las huellas de su pasado infiel sobre el regazo de sus madres, fértiles esgrimas de la historia, doncellas apátridas que consiguieran su cometido de perdurar, anclarse, expandirse, multiplicarse y dividirse. Gestos de desaprobación, de repulsión quizá, se ciernen sobre las huestes de los que surcan las rutas por sobre el cruel asfalto. Ladridos hacinados encuentran eco en pares, faustos ágapes de insultos e inverosímiles discursos despojados de vida.

La quintaesencia de las discordias, la ausencia de esencias, el código abyecto del maniqueísmo político y social. Huir del mal para unirse al bien. Rechazar la realidad para acercarse al esplendor, la genialidad, la fortuna. Ocultarlos en tierras tartáricas. Vomitar sobre la pobreza para asumirse ricos, distintos, elevados. Pisar las cabezas de los arrastrados para subirse al trono de los elegidos. Expandirse hasta el infinito, para abolir lo sucio, lo inculto, lo viejo, lo feo. Revolcar sus cabezas en el barro, destruirlos. Ser distinguido del resto, ser distinto, ser mejor.

Yo el sabio. Yo el rico. Yo el feliz. Yo el justo. Yo el puro. Yo el ídolo. Yo el bueno.


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