Bueno, ese día a la tarde de puta casualidad pude dormir la siesta, a la mañana fui al médico y por una boludez burocrática, si no ingresás al laburo antes de las 11, igual te descuentan todo el día, así que después de almorzar tenía un rato libre y aproveché.
En ese rato soñé con vos. Soñé que estábamos en una casa, en una fiesta como si fuera fin de año, con gente que yo no conocía. Estábamos alrededor de una mesa bajita, con sillones y sillas. Había platitos con cosas para picar, muchas conversaciones y un barullo constante. De repente, en un momento tipo el Chavo del 8, una piba—de pelo enrulado y medio colorado, no sé quién era—hizo una pregunta:
—¿Pero ustedes qué son?
Nos miró a vos y a mí. El silencio pesó en el aire. Vos te empezaste a reír, la puteaste medio en broma, sólo unos pocos se hubieran percatado de tu incomodidad.
—Ah bueno... —dijiste, todavía riéndote.
Yo dije: —Bueno, dejá, - me estiré, agarré una copa de vino, le di un sorbo y empecé a hablar. Un monólogo que, claramente, no recuerdo del todo, pero sé que decía algo así:
**"Somos un amor.
Somos criminales.
Dos borrachos empedernidos.
Somos lo que mueve la aguja de la brújula.
Somos la mirada perdida en el horizonte
y el escalofrío que te sube por las piernas cuando pisás el borde del mar.
Somos eso que nunca se pudo hacer,
cuyas partes están ahí siempre,
dando vueltas en un cajón.
Una caja,
un boceto de algo hermoso que nunca pasó del papel.
Somos un castillo de naipes,
todos rojos.
Un libro de tapa dura,
lleno de hojas con palabras raras
y palabras hermosas,
y dibujos detallados hechos a mano alzada:
una flor, un cordero,
un prado de tréboles y dientes de león.
Las escamas de un dragón dibujado en 1503.
Y también somos una estación de subte vacía,
tranquila,
justo antes de que pase el último tren.
Somos un cartel luminoso
al que algunos se acercan a mirar direcciones.
Somos el amarillo y el celeste.
Somos otras cosas que no se pueden nombrar ni describir,
pero que también somos.
Somos padres, hijos y hermanos,
de una civilización perdida,
donde ser curiosos se podía mostrar en público,
y andar sin vergüenza de levantar el brazo,
señalar un edificio y contar la historia.
Somos todo eso.
Y somos nada.
Una brisa en medio de un vendaval.
La gota más redonda en medio de una tormenta.
Somos un suspiro.
Un suspiro.
Y una llama."**
La fiesta terminó, en la ventana la noche se desvanecía y el barullo era solo un recuerdo.
En mi siesta el sol me quemaba la cara.
En ese rato soñé con vos. Soñé que estábamos en una casa, en una fiesta como si fuera fin de año, con gente que yo no conocía. Estábamos alrededor de una mesa bajita, con sillones y sillas. Había platitos con cosas para picar, muchas conversaciones y un barullo constante. De repente, en un momento tipo el Chavo del 8, una piba—de pelo enrulado y medio colorado, no sé quién era—hizo una pregunta:
—¿Pero ustedes qué son?
Nos miró a vos y a mí. El silencio pesó en el aire. Vos te empezaste a reír, la puteaste medio en broma, sólo unos pocos se hubieran percatado de tu incomodidad.
—Ah bueno... —dijiste, todavía riéndote.
Yo dije: —Bueno, dejá, - me estiré, agarré una copa de vino, le di un sorbo y empecé a hablar. Un monólogo que, claramente, no recuerdo del todo, pero sé que decía algo así:
**"Somos un amor.
Somos criminales.
Dos borrachos empedernidos.
Somos lo que mueve la aguja de la brújula.
Somos la mirada perdida en el horizonte
y el escalofrío que te sube por las piernas cuando pisás el borde del mar.
Somos eso que nunca se pudo hacer,
cuyas partes están ahí siempre,
dando vueltas en un cajón.
Una caja,
un boceto de algo hermoso que nunca pasó del papel.
Somos un castillo de naipes,
todos rojos.
Un libro de tapa dura,
lleno de hojas con palabras raras
y palabras hermosas,
y dibujos detallados hechos a mano alzada:
una flor, un cordero,
un prado de tréboles y dientes de león.
Las escamas de un dragón dibujado en 1503.
Y también somos una estación de subte vacía,
tranquila,
justo antes de que pase el último tren.
Somos un cartel luminoso
al que algunos se acercan a mirar direcciones.
Somos el amarillo y el celeste.
Somos otras cosas que no se pueden nombrar ni describir,
pero que también somos.
Somos padres, hijos y hermanos,
de una civilización perdida,
donde ser curiosos se podía mostrar en público,
y andar sin vergüenza de levantar el brazo,
señalar un edificio y contar la historia.
Somos todo eso.
Y somos nada.
Una brisa en medio de un vendaval.
La gota más redonda en medio de una tormenta.
Somos un suspiro.
Un suspiro.
Y una llama."**
La fiesta terminó, en la ventana la noche se desvanecía y el barullo era solo un recuerdo.
En mi siesta el sol me quemaba la cara.