Milano IV

. 15 de julio de 2011
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Esa noche en lugar de ir al hostel, decidí caminar, buscando un parque que Danielle había mencionado antes. No sabíamos el nombre, solamente que se podía patinar sobre hielo y que tenía un puente sobre uno de sus costados desde el que se podía ver todo el parque.

Caminé por el barrio del Brera, la parte mas señorial y bella de Milano, perdiéndome de a ratos, encontrándome con lugares que me estaban esperando, un lindo bar donde tomar un café con sfogliatella, la casa de Napoleón... Sin quererlo, encontré el parque, era enorme, y para mi sorpresa, estaba cerrado con rejas. Casi todas las luces estaban apagadas, sólo había algunos caminos iluminados. Supuse que si había caminos iluminados, alguna puerta tenía que estar abierta, así que caminé bordeándolo y después de unos minutos encontré una hermosa puerta de rejas forjadas, abierta de par en par.

Me interné en el parque despacio, cuidando de no resbalar en ese gélido barro que cubría todo. Caminé siguiendo las luces hasta que empecé a escuchar música. Música de circo. Dejé las luces y me puse a seguir la música, entre la oscuridad y el barro del parque. Los árboles no podían protegerme de la llovizna helada, así que nunca pensé en detenerme. Por detrás de unos arbustos aparecieron luces y definitivamente la música provenía detrás de ellos. Había una carpa, una pista de hielo bastante más pequeña de lo que hubiera imaginado y casi ni un alma. Estaban todos guarecidos de la lluvia, me miraban extrañados y yo sólo podía sonreír. Era una imagen bastante extraña, la música, las luces, la carpa... y sólo unos pocos dando vueltas. De hecho luego de un rato me di cuenta que yo era el único visitante. Había un par de juegos, de esos de kermés, dónde hay que pegarle con un aro a la botella y cosas así. Me sonreí, no esperaba encontrarme con algo de este estilo por acá.

Caminé alrededor del pequeño circo, como decidí nombrarlo, y me fui alejando un poco. Detrás de unos árboles pude ver el puente. Seguí el camino hasta él y una vez arriba me dispuse a disfrutar de la vista. Empezaron a apagar las luces de los caminos, podía verlo desde el puente, decidí que también para mí era hora de volver. Paseé un rato más por las calles del Brera, acercándome al centro. Desde ahí me tomé un trole hasta Cinque Giornate. Otra vez se me había pasado la hora de cenar.

(...)