Campestre

. 23 de octubre de 2011
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Una mañana calurosa, húmeda, la presión seguía bajando en Buenos Aires y toda iba a parar a mis pantalones. Caminaba por un prado de manzanillas y su perfume me embriagaba. Bajo un matorral de daturas me puse a resguardo del intenso sol. Lentamente fui sumiéndome en la excitación de mi cuerpo transpirado, el perfume del campo florecido, las narcóticas daturas. Todo mi cuerpo reclamaba atención. Ya sin la remera, mi mano acariciaba mi pecho, mi cuello.
Todo me excitaba, mis fuertes manos apretaban con rudeza mi vientre, como queriendo bajarlo a tierra. Desabroché el cinto y mis manos siguieron bajando perdiéndose en mi pubis, como con cierto recelo, vergüenza, pero fuertes. El sudor caía por mi frente, rodaba por mi mentón y sus gotas estallaban en mi pecho. Diminutas se iban reuniendo para seguir su curso hacia la tierra.

(...)