Hoy estuve en la facu. Había llovido toda la noche y la mañana era gris pero cálida, con esa fresca humedad que sólo disfrutamos los que sabemos caminar entre los árboles. Las densas nubes grises amenazaban con escurrirse en pequeñas formaciones hidrológicas. Formaciones que debido a la presión atmosférica, la velocidad y la fuerza gravitacional, en algún momento de su recorrido se vuelven esferas perfectas.
Las actividades académicas que me habían llevado hasta la facultad no merecen ser minimizadas, correspondieron en una entrevista con el director de la carrera e intercambio de certificados en la administración de la misma. ¡Unos nervios, nena! Tanta cosa contenida, y tanta cosa mezclada que cuando caminaba para salir de la casa de estudios sentí que se estaban por largar a llover en mis dos adminículos ópticos fisiológicos y anatómicos. ¿Dónde llover cuando uno está rodeado de gente en un predio que no entiende de sentimientos ni de las inoportunas verdades de los lagrimales? No corrí, para guardar alguna apariencia.
El bosquecito estaba tan tranquilo. Las hojas y las ramas contenían las gotas tan bien como mis cavidades oculares. Nuestro epígrafe estaba perfectamente limpio, será por la fecha. La última vez que realicé el ritual de limpieza había sido hace exactamente un mes, por ende no hicieron falta las formalidades, y antes de darme cuenta el cielo rompió en chubascos en toda mi cara.
Unos susurros de pasos a mi alrededor me llevaron a internarme en nuestro bosque -porque el bosque es indefectiblemente nuestro- y con un breve movimiento de las cañas, hice llover para disimular la otra lluvia, casi a modo de divertimento. Siempre es lindo recordar que te reirías, que mirarías hacia la cúpula verde y verías caer las gotas tratando de no pestañear. Me sentí abrazado y abrasado, todo rojo me puse. Había más que nervios pugnando por salir.
Qué locura que es la piel, los músculos, los movimientos que hacen, los pasos. Qué locura es todo lo que somos.
Qué locura el tiempo.
Qué locura vos.
Qué locura yo.
Llueve de nuevo.
Las actividades académicas que me habían llevado hasta la facultad no merecen ser minimizadas, correspondieron en una entrevista con el director de la carrera e intercambio de certificados en la administración de la misma. ¡Unos nervios, nena! Tanta cosa contenida, y tanta cosa mezclada que cuando caminaba para salir de la casa de estudios sentí que se estaban por largar a llover en mis dos adminículos ópticos fisiológicos y anatómicos. ¿Dónde llover cuando uno está rodeado de gente en un predio que no entiende de sentimientos ni de las inoportunas verdades de los lagrimales? No corrí, para guardar alguna apariencia.
El bosquecito estaba tan tranquilo. Las hojas y las ramas contenían las gotas tan bien como mis cavidades oculares. Nuestro epígrafe estaba perfectamente limpio, será por la fecha. La última vez que realicé el ritual de limpieza había sido hace exactamente un mes, por ende no hicieron falta las formalidades, y antes de darme cuenta el cielo rompió en chubascos en toda mi cara.
Unos susurros de pasos a mi alrededor me llevaron a internarme en nuestro bosque -porque el bosque es indefectiblemente nuestro- y con un breve movimiento de las cañas, hice llover para disimular la otra lluvia, casi a modo de divertimento. Siempre es lindo recordar que te reirías, que mirarías hacia la cúpula verde y verías caer las gotas tratando de no pestañear. Me sentí abrazado y abrasado, todo rojo me puse. Había más que nervios pugnando por salir.
Qué locura que es la piel, los músculos, los movimientos que hacen, los pasos. Qué locura es todo lo que somos.
Qué locura el tiempo.
Qué locura vos.
Qué locura yo.
Llueve de nuevo.
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