Hace diez días que no conseguimos juntar yerba para hacer un mate. La yerba que teníamos nos duró dos semanas. La secamos al sol varias veces, con un poco de azúcar, hasta que sólo era musgo y hongos. Hemos revisado todas las yerberas y estirado todos los paquetes, hasta sacar la última pizca que quedaba en sus pliegues. Lo último que encontramos fueron cuatro saquitos de mate cocido. Que fuera solo polvillo, ni un atisbo de hoja, no nos importaba. Lo disfrutamos como si fuera el mate más rico.
Ya no sólo se extinguió de Buenos Aires, sino que tampoco se consigue en otras provincias. Hay quienes están intentado matear con otros yuyos, pero la mayoría han sido hospitalizados. En la otra cuadra, los hippies del centro cultural probaron con hojas de fresno. Murieron todos. A pesar del cuadro, la gente sigue intentando dar con alguna hoja de efecto similar. Don Alberto aseguraba que la lechuga seca, zafa. Pero no pudo soportar la descompostura. Murió deshidratado, que paradoja.
No habíamos previsto semejante tragedia. Pensábamos que los yanquis, con sus escondites bajo tierra, con sus provisiones para la guerra nuclear y esas forradas, eran unos exagerados. Hoy los entendemos. ¿Porqué no habremos stockeado unos kilos en la alacena?
Por las calles se murmura que se están armando grupos guerrilleros para asaltar a los que se sospecha que esconden un kilo o dos. Todos te miran con recelo. Ayer tuve que mostrar dos veces mi bolso en el tren, vaciarlo, para que un grupo de terroristas viera que no llevaba yerba. Uno me afanó mis saquitos de té, por las dudas los hubiera rellenado.
Buenos Aires está irreconocible. La gente, con los ojos inyectados en sangre, ya no sonríe, y va con los nervios a flor de piel. Todos sospechan de todos. El temor se huele en el aire. Esto es el acabóse.
Ya no sólo se extinguió de Buenos Aires, sino que tampoco se consigue en otras provincias. Hay quienes están intentado matear con otros yuyos, pero la mayoría han sido hospitalizados. En la otra cuadra, los hippies del centro cultural probaron con hojas de fresno. Murieron todos. A pesar del cuadro, la gente sigue intentando dar con alguna hoja de efecto similar. Don Alberto aseguraba que la lechuga seca, zafa. Pero no pudo soportar la descompostura. Murió deshidratado, que paradoja.
No habíamos previsto semejante tragedia. Pensábamos que los yanquis, con sus escondites bajo tierra, con sus provisiones para la guerra nuclear y esas forradas, eran unos exagerados. Hoy los entendemos. ¿Porqué no habremos stockeado unos kilos en la alacena?
Por las calles se murmura que se están armando grupos guerrilleros para asaltar a los que se sospecha que esconden un kilo o dos. Todos te miran con recelo. Ayer tuve que mostrar dos veces mi bolso en el tren, vaciarlo, para que un grupo de terroristas viera que no llevaba yerba. Uno me afanó mis saquitos de té, por las dudas los hubiera rellenado.
Buenos Aires está irreconocible. La gente, con los ojos inyectados en sangre, ya no sonríe, y va con los nervios a flor de piel. Todos sospechan de todos. El temor se huele en el aire. Esto es el acabóse.
1 comentarios:
Paradoja es leerlo tomando mate. Ya estaba lavado y perdiendo appeal pero tu texto lo devolvió a su plenitud. Viva! Viva el mate lavado -entre todos el más fiel!
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