Dos checas hermosas. Una cumplía con todos mis preconceptos del fenotipo checo: rubia, de tez clara y ojos celestes, con sonrisa amplia de cachetes rosados. La otra, morocha, mucho mas alta y flaca y sin los cachetes rosados.
Con la rubia hablaba inglés y con la morocha hablábamos en italiano. en pocos minutos pegamos onda con la rubia y nos pusimos a charlar simpáticamente. Pero la morocha puso una cara y entonces pasó lo que todos sabíamos que iba a pasar en una situación así, ellas se aprovecharon de su ventaja numérico-lingüística. Mis comunicaciones eran traducidas en ambos idiomas, pero entre ellas, hablaban en checo y yo no entendía ni media palabra.
Llegó un momento en el que yo no podía soportar tal maltrato y decidí dejarlas solas en su humorada. Seguramente había mucha gente copada por conocer en Milano, y ellas estarían nuevamente en el hostel. El conserje de la mañana, resultó ser argentino. Estaba pendiente de mi comentario acerca de las checas, pero lo tuve que decepcionar sin anestesia. Un pibe copado y simpático, fachero. Estudia arquitectura y diseño en Milán, en un intercambio con la FADU. Pobre de los milaneses que vayan a Buenos Aires, pienso.
En el lobby había tres jóvenes chinas que no paraban de cuchichear vaya a saber uno que cosa. Después de lo que pudimos interpretar como una discusión, una de ellas se quedó charlando amigablemente con nosotros. Les habían robado en la estación de trenes. Tenían que reducir su estadía y discutían la manera de ahorrar. Incluso planeaban viajar gratis en el Intercity. De repente me parecieron bastante argentinas...
Luego de un breve rato, saludo cortésmente y me voy caminando. Ya desde temprano, nevaba. A medida que se sucedían las horas, la nieve se fue transformando, cada vez más fina hasta llegar a esa molesta y fría garúa, tan típica en Buenos Aires. La nieve de las veredas se comenzó a derretir, y el peligro de resbalar era importante.
La gente en Milán me sorprendió, y no fue una grata sorpresa. De repente me sentía en medio de una pasarela, todos vestidos con marcas caras, hablando todos al mismo tiempo por celular sin manos, una locura. Incluso caminaban como en una pasarela. Vista al frente, paso firme y desinteresado. Bastánte incómodo.
Intenté no prestar ateción a la situación y me dediqué a ver los edificios. Otra decepción. La mayoría de la arquitectura era moderna, edificios cuadrados y sin esas fachadas típicamente europeas. Con ese humor cabizbajo, llego a la plaza del Duomo. Imponente. Imponente el Duomo e imponente la galería Vittorio Emannuelle.
Varias veces resbalé y estuve a punto de irme con toda mi humanidad al piso, las baldosas (¿de mármol?) eran demasiado resbalosas. No voy a detenerme en describir las maravillas arquitectónicas y esculturales del duomo, ni de la galería del Novecento... simplemente decir que son únicas e imperdibles.
Luego de varios intentos de establecer diálogos con gente local, que decía no entender mi italiano, llegué a la siguiente conclusión: Si querés reconocer a un forastero en Milán, sonreí; si te responde la sonrisa, no es milanés.
1 comentarios:
Gracias por seguir y hacer corta mi espera, me está gustando mucho tu relato.
Lo sigo ;)
Besos.
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