El
viejo, tenía un gran libro, lleno de figuras y muchas historias. Phaj miraba atento una a una sus bellas imágenes. Fue el único momento en el que la carpa de Tgan Hagg estuvo en calma.
- ¿Ha escrito usted todos estos cuentos? preguntó Phaj.
- ¿Cuentos? ¡Cuentos! -exclamó Tgan entre risas- No, pequeño, este libro contiene la historia de los grandes héroes, los Suryes. Claro, antes que Baahi los arrastrara a la desgracia, con su gran codicia y vanidad.
- ¿Acaso escribieron la historia de una estatua? - preguntó señalando una de las figuras, finamente dibujada, con detalles en oro y plata.
- ¡Ah! Niño, ese es Kher'an Oghan. -la cara de Tgan Hagg se nubló de tristeza y melancolía- Triste, triste final de un gran héroe. Salvó el reino en innumerables batallas contra los Zajhts. Aún con sus monstruos y gigantes ferozmente armados, nunca pudieron detenerle. Gracias a él tenemos paz en nuestro reino. Blandió su espada con sabiduría; luego de una vida de defender el reinado de Shar Pbeh, no dudó ni un segundo en oponérsele cuando lo cegó la codicia y la sed de poder. Todo el pueblo lo adoraba.
- Pero tuvo un triste final -prosiguió- Cuentan que se encontraba triste porque había perdido a su amor en manos de un demonio que lo emboscó cuando él y su amada viajaban hacia el oasis de Agsen. Mató al demonio, pero no pudo salvar a su mujer. ¡Qué gran tristeza llenó su corazón! -La voz de Tgan Hagg era cada vez mas triste-
En el libro relata que al regreso del desierto, mientras recordaba su desdicha uno la podía ver en sus ojos, profundos como el más profundo de los mares. Todo el dolor y su sufrimiento podían verse. Ya no era querido entre los suyos, su tristeza estrujaba los corazones de quienes lo rodeaban, y nadie soportaba estar a su lado. Baahi, que había subido al trono tras la sorpresiva muerte de su primo, lo desterró, diciendo que en ese estado desmoralizaba a las tropas y al pueblo entero. Los que hasta ese entonces se decían sus amigos no hicieron nada por retenerlo. Lo abandonaron.
¡Y luego todo el reino estuvo embrujado! . ¡Seguramente embrujados todos! -agregó Tgan Hagg- Kher'an Oghan solo, completamente perdido... Seguramente algún demonio, aprovechando su debilidad, lo empujó al vacío ¡sumido en la mas grande de las tristezas! ¡Una gran fuerza debió ocuparse de ello! Debe haber sido eso, si. un gran embrujo
Kher'an Ogan, el caballero dorado, el que no podía morir, no sentía afecto por la vida. Condenado a vivir su amargura, se marchó con el solsticio de verano, armado sólo con una pequeña pieza de nácar que colgaba de su cuello. Caminó por el desierto recitando su desdicha, y cada uno de los recuerdos de su amor.
Obnubilado por su desdicha caminó sin rumbo. Los demonios que habitan el desierto, lo odiaban, pero aún le temían. Con artimañas y espejismos lo condujeron a la cañada del Pj'erb Rhaab. Los demonios Kjield Hong, de corazones hambrientos como pozos sin fondo, lo cobijaron entre sus más dulces mentiras, lo acomodaron en el centro de la cañada rodeado de piedras filosas, y lo envolvieron en sus horribles halagos. Entonces, se quedaron escuchándolo, una y otra vez, contar su penosa pérdida. Alimentándose eternamente de sus pesares.
Y día a día, se fue enredando en sus engaños cada vez más, y todo su ser se fue entumeciendo, hasta no poder siquiera mover los ojos. Poco a poco fueron pasado las épocas y el bello caballero que alguna vez doró al sol, se convirtió en una gris estatua de piedra cuyo corazón inmortal destila el alimento de sus captores.
Y prosiguió- La melancolía del caballero recorrió de regreso los pasos que lo habían acercado a la cañada. Atravesó el desierto, mares, montañas y praderas pidiendo auxilio. Algunos aventureros que han escuchado su llamado, dicen que es un hermoso oasis en medio del gran desierto. Grandes palmeras y árboles crecen en él. Pero no hay ni un alma que mueva el aire, ni mosca siquiera. Sólo una vegetación siempre verde, y demonios, claro. Siempre mencionan a los demonios. Y que los oscuros miserables están siempre atentos, celosos de sus presas. Pero eso fue hace tiempo, -suspiró- y hasta los inmortales pierden la fuerza y las esperanzas. -murmuró el viejo alejándose-
- Es sólo un cuento de locos, nadie jamás ha encontrado el lugar -acotó Logh Pset, que había entrado a la carpa sin que nadie lo advirtiera. No llevaba turbante, y se lo veía contento- Ven Phaj, tengo algo que mostrarte.
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