En el hostel estaba Nacho, el encargado argentino, las checas se habían ido y en su lugar había unas lindas colombianas. Sólo las vi de pasada, era tarde para ponerse a charlar. Ellas habían estado de shopping todo el día y planeaban seguir al día siguiente.
Escribiendo esto recordé que no había comprado ningún regalo, ni siquiera me había puesto a mirar las tiendas de souvenires. Creo que en muy pocas ocasiones el egoísmo se presentó tan fuerte en mi vida. No pensaba en nadie mas que yo y los que me rodeaban en ese momento. Ni siquiera me compré recuerdos para mi mismo... e incluso, la batería de mi cámara estaba dañada, por lo que me dediqué a "grabar todo en el alma" como mas tarde le conté a una entrañable amiga mexicana.
Estaba fascinado con mi viaje, el real y el otro, el que no puede contarse, ese que simplemente se vive.
Cuando todo el hostel estaba en silencio, los pasajeros estaban todos en su habitación, Nacho y yo nos cruzamos a la pizzería enfrente al hostel, para ver si podíamos cenar algo. A los dos se nos había pasado la cena a mí paseando, a él haciendo renders para un laburo de arquitectura.
La pizzería estaba cerrando, en realidad era una pizzería/kebbab(¿ería?) y el que la atendía nos miró entrar sorprendido. Le pedimos las porciones de kebbab que le quedaban y unas cocas. Se ve que nos vió cara de hambre y nos ofreció llevarnos todo lo que le quedaba por un módico precio. Muy copado el árabe.
Cenamos en el hostel, nos quedamos charlando un buen rato y después cada uno a dormir.
A la mañana siguiente salgo tempranísimo a recorrer. Nevaba. La ciudad estaba de mal humor. Parece que ni los milaneses están acostumbrados al mal tiempo. O quizá sean así todo el año... Decidí ir a la Piazza del Duomo, y desde ahí recorrer. Me encontré con Danielle y fuimos a caminar por el barrio del Brera.
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