De ilusionistas

. 8 de marzo de 2009
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Un acto de magia consta de muchos factores ajenos al propio acto, pero que el mismo ilusionista debe generar. Un buen ilusionista percibe los cambios de humor de su público, mucho más intensamente que aquél, que cuenta un misterioso cuento.

Desde antes de aparecer a escena, debe generar en el público la sensación de ansiedad e incluso miedo. La luz debe ser cómplice y sólo mostrar algunos detalles del ambiente lleno de misterio. Al aparecer, el ilusionista debe seducir, a todos. Debe hacer creer a cada uno de ellos que el acto que todos están a punto de presenciar se hizo exclusivamente para sí mismo y no para el resto, ni siquiera para la persona que se encuentra a su lado. Un ilusionista debe sembrar el egocentrismo.

Cuando la conexión se ha realizado, debe plantear el acto. Decirles claramente lo imposible que es hacer lo que está a punto de hacer él. Debe señalar la opulencia, la grandiosidad de lo que están a punto de ver y sentir. Es imposible, claramente imposible conseguir que la materia se disuelva, o mas aún que se transporte instantáneamente de donde está, a simple vista. Luego debe de hacerles virar la emoción, a la certera duda, a que exista la posibilidad que sí ocurra. El ilusionista, en ese momento, debe inflar el pecho, cautelosamente. Volver felina su mirada, oscura y penetrante. Y debe decir con estas palabras: "Yo, lo voy a lograr"

Sigilosa y cautelosamente, mas sin pausas, debe llevarlos a reconocer que algo ha ocurrido. Algo que quizá nunca estuvo ahí, que nunca ocurrió, pero eso es algo ellos no tienen porqué saber. Lo mas importante luego de que ocurriera la ilusión, debe procurar mantener el clímax por lo menos siete segundos, para luego distraer al público con su seducción y hacerlos olvidar de lo que acaba de hacerles creer que ha ocurrido.

Debe evitar que piensen en el momento que escondió su mano en el bolsillo, o cuando golpeó extrañamente una silla. Nada ocurrió mas que el acto que él acaba de contar. Simple, clara y misteriosamente.

(...)