Destino de sufrimiento el mío. Caminando sólo entre la débil escarcha del campo, hoy me sentí abrumado por el interrogante de los días nublados. Aunque nunca podré saber si la historia hubiera resultado distinta si hubiera dicho y hecho lo que vos querías.
Supongo que algo sería distinto. Por lo menos hoy sería distinto. El frío que se cuela por mis piernas desde mis pies por el roce de la hierba fría, casi muerta, de un lote de girasol sin cosechar; hubiera detonado otro sentir y no el recuerdo de tus manos, de tus ojos, de tus labios, que una vez más no son míos.
El sol escodido no hace más que aumentar el impedimento para que la felicidad que estalla en mí día a día, haga de mi cara su máxima expresión. Mis ojos tristes no acompañan a mi sangre fulgurosa. Hay en mi aire un frío distinto al del aire público. Es un frío que congela los deseos. Un frío que me hace más solitario.
Y entonces, ¿de qué felicidad hablo? ¿de qué deseo formo parte? La felicidad de hacer día a día lo que uno quiere, cumplir pequeñas metas, generar una sonrisa en un rostro ajeno. Dar calor a unas manos amigas. El deseo de ser libre y feliz, solidario, independiente e íntegro. Ser querido, respetado y apreciado por ser yo.
El altruísmo es vegetal, pero considero que mis aportes son casi altruístas. Lo que yo pido a cambio es simplemente cariño.
Defraudado. Lastimado. Rechazado. Y sin ganas de volver a sufrir. Tristemente solitario por elección.
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