¿Qué les queda a los jóvenes? - Mario Benedetti

. 5 de abril de 2021
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¿Qué les queda a los jóvenes?
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
En este mundo de paciencia y asco?
¿Sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
También les queda no decir amén
No dejar que les maten el amor
Recuperar el habla y la utopía
Ser jóvenes sin prisa y con memoria
Situarse en una historia que es la suya
No convertirse en viejos prematuros
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
En este mundo de rutina y ruina?
¿Cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
Les queda respirar, abrir los ojos
Descubrir las raíces del horror
Inventar paz así sea a ponchazos
Entenderse con la naturaleza
Y con la lluvia y los relámpagos
Y con el sentimiento y con la muerte
Esa loca de atar y desatar
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
En este mundo de consumo y humo?
¿Vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
También les queda discutir con dios
Tanto si existe como si no existe
Tender manos que ayudan, abrir puertas
Entre el corazón propio y el ajeno
Sobre todo les queda hacer futuro
A pesar de los ruines de pasado
Y los sabios granujas del presente
 
Mario Benedetti

(...)

Putear bajito

. 15 de enero de 2021
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Nací en 1981 y nací en el conurbano, conurbano sur, con un reguero de fábricas abandonadas, a las que nos metíamos a jugar entre peligrosas máquinas oxidadas y montones de madera y chapa. Con los pibes andábamos en bicicleta por el barrio y nada nos era ajeno, todo era nuestro. Nuestra calle, nuestra plaza, incluso las fábricas abandonadas eran nuestras. Para nosotros andar entre aserrín y óxido era felicidad y libertad, hoy lo recuerdo con tristeza.
 
Todo era nuestro, menos, del portón de la calle para adentro. Ahí era todo de mi viejo, y todo el tiempo los adultos se ocupaban de recordarte que esa era casa de ellos y que se hacía lo que decía papá. Los fines de semana se laburaba en casa, siempre. Pintura, carpintería, electricidad, albañilería... aprendí a hacer pastones a los 6 y a no juntar el positivo con el negativo a los 8. Si me pongo a pensar, posta, no sé cómo llegué a la adolescencia.
 
 
 
Hablar de mi infancia y no hablar de mi nonno, no tiene sentido alguno. Él fue el que me explicó que la cal y la arena secas, eran como polvo, pero cuando le agregabas agua se convertían en contrapisos y mortero para pegar ladrillos. Él es el que ni bien pude caminar fue y me compró la bicicleta, porque todo hombre que se precie de tal sabe andar en bicicleta. Me enseñó a andar en esa bicicleta, y un par de años después me compró una más grande. Con él pedaleábamos por las mañanas e íbamos re lejos. Él pedaleaba adelante, y yo detrás, pero bien cerca y fuerte para no perderme. Para cosechar comida para los conejos, íbamos hasta las vías del tren en Caraza o a unos descampados que solían ser corrales de ovejas de la Campomar. (Sí, corrales de ovejas, en Lanús.) Pasando Villa Diamante, íbamos a una casa de productos de limpieza y a la vuelta pasábamos por una panadería que vendía pan de maíz. Hasta Alsina, íbamos por fideos o galletitas (para los que siempre había que hacer cola).
 
Y a veces, cuando volvíamos de pedalear, pasábamos por la vereda de Doña Sara. Cada tanto nos esperaba con una bolsa de limones, y con su voz suavemente ronca y después de enredarme los rulos me pedía que le llevara un poco de acelga y hojas de parra, las más grandes. Yo dejaba la bici en el patio de mi nonno y me mandaba corriendo hasta la quinta, cortaba las plantas más verdes y me tomaba mi tiempo para elegir las hojas más grandes del parral. El nonno las metía en un paquete hecho con papel de diario y yo se las llevaba a Sara que me esperaba con algún caramelo.
 
 
 
La quinta era el corazón de la casa. La mitad del terreno de la casa de mis nonnos era quinta. Quinta. Quinta con árboles, huerta, conejos y gallinas. Ahí se iba temprano a regar y sacar yuyos, mientras mi nonno me contaba de Italia, sus hermanas y sus amigos de la infancia. Los días más tristes, me hablaba de la guerra. En la quinta también se cantaba y se puteaba mucho, se puteaba sobre todo cuando tocaba sacar yuyos. Y las puteadas terminaban siempre cuando se escuchaba a mi nonna desde la cocina gritar un “¡Genaro! ¡El nene!". (Se seguía puteando, pero bajito).
 
La huerta era completa y se trabajaba durante todo el año. En casa no se iba a la verdulería, se iba a la quinta. Y la quinta era, además, el pulmón literal de la manzana. Varios vecinos nos intercambiaban sus productos, como Sara limones por acelga o Doña Estrella jazmines por tomates. Y a veces, la nonna me mandaba con un poco de verdura de regalo, porque a los vecinos se los ayudaba.
 
En la huerta aprendí a distinguir la acelga de la espinaca, las nabizas de las borrajas y la rúcula de la radicheta. También, que siempre había que dejar una planta para que "haga semilla", y que no se pueden sembrar tomates en otoño. Aprendí que los árboles también se mueren, cuando el duraznero no brotó más. Que hay muchos tipos de ciruelas, que los higos pueden ser negros o verdes, y que las uvas pueden ser agrias y sólo sirven para vino.
 
También aprendí que la huerta necesita que le demos vuelta la tierra, que no se riega cuando el sol está muy fuerte y que las semillas se siembran al doble de profundo que su tamaño. Que en luna menguante se siembran los rabanitos, las papas y las zanahorias, y en luna creciente las lechugas y acelgas. Que los sapos se comen a las hormigas, y que es mentira que si te piyan te dejan ciego. Las babosas no son caracoles sin casa, son otra cosa que también se come a las lechugas.
 
No se puede sembrar siempre lo mismo, donde el año pasado pusimos tomates, este año va la lechuga, donde había papas, zapallo; la rúcula donde estaban las habas y el perejil, por todos lados. La albahaca bien al sol, pero lejos del romero. Y después de sembrar, se pone un espantapájaros, porque muy lindos los pajaritos, pero si se comen las semillas se pudre todo.
 
El nonno me enseñó a podar, a elegir las mejores ramas para hacer esquejes. A hacer injertos y separar matas. La quinta era mi escuela en contraturno.
 
En la primavera, era normal verme trepado al níspero, juntando esa fruta dulce de piel naranja y áspera. La nonna me mandaba a juntarlos para tenerle listo un paquetito para mi otra abuela que era fanática. Un mes después llegaban las ciruelas, que a veces salían bastante ácidas, y era entonces cuando terminaban en la olla en la que con mi nonno hacíamos mermelada. Pero el verano era la mejor época para estar en la quinta. Al fresco del parral, por la mañana, se arreglaban bicicletas y se pegaban suelas de zapatillas. Y cuando ya se levantaba un poco más el calor se juntaban las uvas para el almuerzo y al atardecer, se cosechaban los higos, porque a la tarde están más dulces. Es importante aprender a reconocer la madurez de la fruta con el ojo, y sólo tocar los que están para cosechar.
 
Y también aprendí a observar, a darme cuenta qué les pasaba a las plantas. Por qué se ponen amarillas las hojas, o tienen marcas negras. Reconocer las mordidas por hormigas y distinguirlas de las que fueron atacadas por los caracoles. Con un poco de tristeza me enteré que las vaquitas de San Antonio son sólo las rojas con puntos negros y blancos, las otras son malas y hay que perseguirlas. Y ni hablar de mi némesis, mi mayor enemigo entre las hojas de los tomates, ese bicho feo, con armadura, verde furioso y con cara de malo, esa peste inmunda de las chinches, cuyo fétido perfume te acompañaba, aunque te lavaras las manos diez veces. 
 
Los yuyos, a veces pueden ir a parar a la ensalada, como el diente de león, o a un relleno de ravioles como las ortigas. Antes los jardines de la gente estaban vivos, no eran la estandarización que vemos hoy. Los jardines mezclaban rosales con tomates. Tréboles creciendo entre el pasto (pasto, no césped) y a veces salían plantas solas, quizás sembradas por algún mirlo, y quedaban creciendo entre las calas y la gente las dejaba porque tenían hojas lindas. Los jardines no tenían los límites muy claros… las plantas crecían en cualquier lado y hasta había palán-palán creciendo en las terrazas y se cosechaba para hacer un veneno para hormigas. También había yuyos, que eran una desgracia porque no servían para nada, ni siquiera tenían flor linda, y otros que eran odiosos porque olían muy rico, pero muy rápidamente ahogaban todos los canteros haciendo que la rúcula se perdiera. 
 
En el verano a los Zorzales y a las Calandrias, que durante el año eran alegría y placer, había que rajarlos rápido de la higuera antes de que se comieran todos los higos. Y ni hablar de las bandadas de loros, pandilleros y barderos, que si no estabas atento hacían destrozos. En estos momentos, se escuchaban gritos de todas las casas, como un sistema de alerta vecinal, se revoleaban ramas del otro lado de la medianera al grito de “¡Se comen la morera, Don Genaro!", "¡se llevan los higos, se llevan los higos!".

Las quintas eran tema de conversación y asombro en todas partes, se hablaba de semillas en el almacén o en la panadería. Se debatía en las veredas si ya era época de plantar los tomates o de porqué este año no había sido buena la cosecha de habas. Cuando Doña Conce venía a tomar unos mates, se hacía un recorrido para que viera las nuevas siembras, los pimpollos de los rosales y qué rápido crecían los repollitos de Bruselas. Y todos se llevaban plantines de tomate y albahaca, y era común recibir de regalo un gajito de una uva que prometía ser más dulce o más grande, o un paquetito de semillas de acelga de pencas verdes. 


 
Yo no sé si saben el olor que tiene el orégano fresco, o que la lechuga puede volver a brotar si la cortás bien. O si alguna vez pasearon entre las hojas de las coles después de una lluvia y se maravillaron al ver las gotas ahí, suspendidas sobre el verde. No sé si la gente común sabe que las plantas de tomate pueden llegar a medir más de dos metros, o que los zapallos tienen flores macho que se pueden comer y que las flores hembras no hay que tocarlas hasta que el zapallo empieza a crecer. Yo lo aprendí desde chico, un poco cada mañana, entre puteadas y canciones napolitanas.
 
La quinta, ese centro de la casa, del barrio, esa escuela sin techo ni horarios, que el nonno cuidaba celosamente, pero que con alegría compartía con todos. La quinta, el motor fuera de borda de nuestra economía familiar, el centro de operaciones de travesuras, espantapájaros y tramperas. La quinta, que nace y muere con todas las estaciones, que brinda alimento con tan poco, nos llamaba a ser familia.
 
 
Cuando ese octubre el nonno se fue, no hubo consultas ni pedidos, simplemente me puse a sacar yuyos y a putear bajito.

(...)

Canal amigo: Cocinando a las 4:43

. 8 de octubre de 2020
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(...)

Cartas de pandemia:

. 28 de septiembre de 2020
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Hola Miki, anoche soñé con S., 

Me encontraba él en la calle. Y caminamos juntos unas cuadras charlando. Me señalaba edificios y plazas. Nos sentamos en una vereda y me seguía contando cosas. Me muestra una ventana y me señala que la vieja que teje es su tía. Me invita a pasar y me cuenta que está viviendo ahí.

De repente estábamos en una casa vieja, pero linda, algo oscura, con tres señoras que él llamaba tías, viendo la tele. Merendamos. Charlamos un montón, las tías me cuentan cosas fascinantes. Se hace tarde y me invitan a que me quede a cenar. En un zapping aparece una peli (no es The Rocky Horror Show, pero parecida) y yo digo que no, que no quería ver esa peli "porque la vi 150 veces y siempre me quedo mal cuando termina". Las tías se ríen y lo veo a S. haciendo una cara de berrinche, de odio. Se terminó la cena.

Nos vamos a dormir, la cama que me toca a mí me parece enorme. Él duerme en otra a mi derecha.

Cuando me levanto veo que alguien durmió en el piso y que S. ya no está en la casa. El pibe, de pelo corto enrulado, sentado en el colchón me dice que S. ya se fue, que la peli que yo critiqué era su favorita.

Desayuno con las tías y me voy caminando. Miro para todos lados buscándolo. Lo quiero encontrar para decirle que la peli me gusta, pero me hace daño. Estoy temblando. De la nada, me encuentro con el pibe de rulos, y me dice que deje de pensar pelotudeces, la gente no desaparece porque no elegimos su película una tarde de domingo, la gente desaparece porque quiere desaparecer. Está bien no querer ver esa película.

Eso, nada, una boludez pero te lo tenía que contar.

Un beso,


VH


(...)

María Zulema Amadei

. 22 de julio de 2020
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(...)

Publicitando arte de gente bella

. 25 de junio de 2020
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(...)

Cancioncitas predeterminadas IV

. 5 de junio de 2020
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Leiva - No Te Preocupes por Mi




Todo es tan perfecto

Nadie entiende el movimiento de sus alas
Es su mejor secreto
Me siento como un cerdo
Cuando estoy con ella y vuelvo a las andadas
Es como un largo eco
Incendios que se pueden armar
Catarsis que nos pueden calar
Hasta los huesos, sabes que soy un experto
Además, últimamente, siempre estoy en mi peor momento
No te preocupes por mí
Por un momento crucé al otro lado
Y luché con esas bestias gigantes (Uh-uh)
Sólo te quise decir que no dejé de creer
Pero, era grande la sensación
De vértigo constante
Tengo un plan
Salir corriendo hasta que todo se arregle
Me alejaba como el ruido
De una ambulancia entre la gente
Y aunque te pese
Te juro que esto no es lo que parece
No te convence, todo cambia, nada permanece
Después de superar mi límite mental
He vuelto a remontar de repente
Uh-uh Uh-uh
Uh-uh Uh-uh-uh 
Uh-uh Ah-ah
Ah-ah-ah
No te preocupes por mí
Por un momento crucé al otro lado
Y luché con esas bestias gigantes
Sólo te quise decir que no dejé de creer
Pero era grande la sensación
De vértigo constante
Tengo un plan
Salir corriendo hasta que todo se arregle
Me alejaba como el ruido
De una ambulancia entre la gente
Y aunque te pese 
Te juro que esto no es lo que parece
No te convence, todo cambia, nada permanece
Y aunque te pese 
Te juro que esto no es lo que parece
No te convence, todo cambia, nada permanece 
Después de superar mi límite mental
He vuelto a remontar de repente
Oh-oh-oh
De repente
Todo es tan perfecto
Nadie entiende el movimiento de sus alas
Compositores: Leiva

(...)

No sé por qué la navidad aparece hoy

. 4 de mayo de 2020
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Casi todas las peleas entre mis padres eran por el tema de la plata. De llegar a fin de mes, de que se lavara con menos jabón la ropa, de no gastar tanta luz, de usar poco papel higiénico... Entonces todos los gastos de la casa pasaban a ser situaciones tensionantes y a mi ni se me ocurría pedir galletitas o un postrecito cuando tenía hambre. Simplemente se comía lo que había cuando era el momento de comer. Y aprendí a comer cosas baratas, tomar mucha leche (porque mi viejo no ponía reparos a ese gasto) y a cocinarme avena con leche y azúcar como si fuera un manjar.

Sin que yo me lo propusiera surgió la necesidad de que a mis padres no les fuera muy pesado cumplir con mis deseos y sin saber cómo simplemente ya no los tuve. Inocentemente preferí sacrificar mis deseos ante la impotencia y la falta de dinero de mis padres. Por consiguiente cuando me preguntaban, yo nunca quería nada caro, o pedía algo de ropa o simplemente decía que no sabía.

Me daba mucha tristeza que mis padres no pudieran darme lo que yo quería. Por supuesto uno de los momentos que más tristeza me generaba era la navidad, porque no sólo tenían que lidiar con mi regalo, sino con el de mi hermana menor, los de mis primos y la comida para todos. Traté de estirar el misterio de la Navidad hasta que ya fue insostenible, pero es que para mi yo adulto es algo obvio lo que yo hacía: es mucho más fácil echarle la culpa de mi frustración a un misterioso gordo vestido de rojo, que a tus padres. 

Un año me puse a buscar en los posibles lugares que ellos pudieran tener para esconder los regalos, hasta que lo encontré, una bolsa con los regalos para todos. El regalo de mi hermana era obvio, el de mi hermano también, y después había unos juegos de mesa que yo nunca había visto en mi vida.

No saben la cara de sorpresa y felicidad que pusieron cuando les dije que me había decidido y que ya sabía lo que quería, un juego de mesa que se llamaba Buen Viaje. No sé si era lo que habían previsto regalarme o si era para mi primo, pero preferí verlos felices acertando aunque sea una vez a lo que yo deseaba.

(...)

Otro sueño de cuarentena

. 30 de abril de 2020
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Soñé que era chiquito, tipo seis años. Soñé con mi nonno y nuestra casa vieja, la quinta y el gallinero. Soñé que lo convencía de viajar a Italia a visitar a sus hermanas. Soñé que yo hablaba perfecto italiano.

En Santa María, a upa de la zía Rossina, mi nonno me retaba por haber desaparecido a la hora de la siesta. Me había ido a jugar por la ciudad, visitado a mis primos Costábile y Andrea, jugado por el muelle y recorrido todas las callecitas. Me retaba y yo le contestaba, "Non ti preocupare per me, si io sto a Santa María, non sto mai perduto".

Mammmma mía

(...)

Pasado

. 18 de abril de 2020
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Hace varios días tengo el mismo pensamiento.Todas las mañanas de esta semana me despierta la misma angustia.

Me gustaría poder volver a vivir toda la vida desde el comienzo, con los saberes que tengo hoy. Necesito vivir, y quizá hasta disfrutar, esos momentos que hasta hoy me generan tanto dolor sabiendo que no está mal ser quién soy. Sabiendo que hay mucha gente forra en el mundo y que no depende de mi cambiar eso.

Me gustaría que sucediera todo igual, tomar las mismas decisiones buenas y malas, pero sabiendo que lo que yo siento está bien, que siempre puedo contar conmigo mismo, que estar solo también puede significar estar bien.

Siento que durante mi infancia y mi adolescencia todo fue cruel, de todos lados recibí cachetadas y golpes y no llegué a establecer mi posición para poder disfrutar y ser niño, adolescente. Un poco siento que todo pasó muy rápido, que hubiera podido disfrutar más si no hubiera estado escondiéndome y defendiéndome. Y si no hubiera estado prestando atención, empatía y cariño al resto (que en muchos casos, no lo merecían), sobre todo.

Le doy gracias a este adulto que soy hoy, que llegó para salvarme a mí, a mi niño y a mi adolescente.

(...)

Disclaimer

. 17 de abril de 2020
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Estos días encerrado, la distancia con los seres queridos, el recuerdo de las caricias y el dolor de las derrotas me pusieron a pensar en muchas cosas y paso gran parte del día fantaseando. Mi cabeza gira entre el trabajo en la pc, el látex semimate de las paredes y las hornallas.

Hace varias noches que mis sueños se volvieron raros. Uno de los más vívidos fue verme en la calle, caminando al tren, con un solazo increíble que me hacía entrecerrar los ojos. Todo brillaba.

Ya en el tren, veo que la ciudad estaba cambiada, había más verde. El tren de repente se eleva y corre por carriles en lo alto de la ciudad, como en los cuentos de ciencia ficción, parece que vuela. Pasamos toda la ciudad de Buenos Aires por encima, puedo ver desde la Avenida Corrientes hasta Av. Cabildo, en el fondo veo el boulevard de García del Río, una locura. Los edificios blancos, bien blancos. Una ciudad relucientemente blanca, verde y ese rojo gastado de las tejas de las casas más bajas.

Llegamos al cementerio de Hurlingham, todavía volando. El parque es de ensueño, muchas tonalidades de verde, lápidas blancas y brillantes. No hay sombras, el sol está en todas partes. Me paso de estación, con tanto ensueño, con tanta distracción bella. En este exacto momento estoy caminando entre las blancas y brillantes lápidas, no hace frío ni calor, y vuelan mariposas y pájaros  a mi alrededor.

Camino feliz al sol por callecitas de un barrio con casas bajas, me cruzo con gente que camina, charla y ríe con fuerza, más adelante algún perro mueve que la cola y los niños juegan a la pelota en una placita.

Camino feliz al laburo, feliz, como diez años atrás.

Quiero volver a tener felicidad en mi trabajo. Y sol, más sol.

(...)

Presupuestos

. 11 de noviembre de 2019
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Es fija.

Te contactás con el especialista en vender algo y le decís la temible frase, "¿me podrías dar un valor orientativo?" Y... acto seguido te piden que les pases una docena de factores y diez variables, responder la cuadratura del círculo y llevar todo junto con la primer orina de la mañana, en ayunas, a Longchamps.

Mirá, chabón, sólo quiero saber si lo que necesito está más cerca de mil pesos o del millón de dólares.

Mientras tanto, el mar.

Mientras tanto, las hojas del viento.

Es fija.

(...)

Sentimientos y escritura

. 25 de septiembre de 2019
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>cuando no tenemos tiempo para escribir, es porque tenemos las manos ocupadas con otras pasiones<

(...)

Los brazos

. 17 de junio de 2019
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Lluvia. Agua fría y pesada. Toneladas de agua fría y pesada caían sobre la cabeza de Amir. Él, parado en la avenida más ancha que había visto jamás, con fuerzas sólo para soportar el embate de las nubes en el cielo. La fuerza de la naturaleza sobre su cabeza, toda. Nada había podido hacer contras las otras fuerzas, la del hombre y la del destino. Los ladrones le habían dejado unas monedas en el bolsillo de su pantalón y un pañuelo bordado que le había dado la madre justo antes de subir al avión. Había planeado su viaje por meses, casi un año. Ahorró casi todo su sueldo como programador en la agencia de telemarketers, gastando lo mínimo que su madre necesitaba para comprar comida. Su prima le había regalado la ropa y zapatos, no lo tradicional, para no llamar la atención. Él se cortó el pelo y se compró un perfume nuevo, occidental, de esos que tenían personajes de cine en sus cajas plateadas. Había cambiado el resto de sus ahorros en el mercado de su pueblo, cerca del Ganges. Y ahora en un país que no conocía, con una lengua que lo abrumaba con sus sonidos extraños, sentía desfallecer su corazón. Sus lágrimas no se distinguían de la lluvia, pero estaban. Un relámpago lo asustó. En su tierra no había estas tormentas, ni siquiera cuando azotaban los monzones. Allá era todo viento y agua, acá además había interminables relámpagos y truenos, truenos fuertes como si fueran a explotarle en la cabeza.

(...)