Capítulo I

. 9 de enero de 2015
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Esa enorme intriga de no saber el destino de nuestros pensamientos. ¿Dónde nos llevarán las imágenes que se arremolinan frente a nuestros ojos? A veces dulces, a veces terroríficas imágenes de la fantasía de nuestras vidas. ¿Resultarán reales alguna vez? ¿Vendrán como esclavos de nuestro destino a acurrucarse firmemente en nuestro presente? La noche oscura se adueña de todas ellas, las reales y las ficticias, enmascarándonos, enmascarándose y borrándose de nuevo para volver a lo que son. Incertidumbre. Miedo. Dolor. Angustias y deseos. El sol cae ardiendo sobre la ciudad que todo lo alberga. Todo menos la certeza del cambio. Eso queda en nuestra fuerza de voluntad.

Julia se despierta sobresaltada. El reloj sobre su mesa brilla como el fuego, son las 3:09 y falta para el amanecer. El sudor la cubre por completo. A tientas baja de la cama y se dirige a la ducha. Cuando la frescura del agua la despierta, se da cuenta que aún lleva su ropa interior. Apolla su frente contra los azulejos, dejando escapar un llanto que la sobrepasa. Toda la tristeza de su pecho la empuja desde adentro. Tiembla tanto que no puede mantenerse en pie. El agua la calma, pero no es suficiente esta vez. El llanto es cada vez mas fuerte. Todo su ser estalla en angustia.

Cuando suena el despertador, Julia sabe que hace sólo unos instantes estaba despierta, peleándo con su tristeza. Sus ojos aún le dolían de tanto llorar. Ni siquiera hace el intento de levantarse, sabe que no tiene las fuerzas. Apaga el reloj y la consume el sueño.

Su vida se escapa, se desgasta, se corroe atrapada en la celda que sus propios monstruos han construído. Perdida dentro de su propio frasco, sin la fuerza de romper esa cárcel que sólo existe porque ella así lo quiso. Ya todos los que la rodean han dejado de insitirle. Nadie puede obligarla a tener fe en si misma.

Por ello, esa mañana, la muchacha aplicada, pulcra y amable, se quiebra. Despierta en medio de sus propios gritos, golpeándose la cara con fuerza, zamarreándose con tanta fuerza que hasta las sábanas comienzan a lastimarla. 

Los gritos se oían en todo el edificio. Eran desgarradores. Un vecino logró entrar tirando la puerta abajo. La encontró en el piso, junto a la cama, con cortes y magulladuras por las que brotaba la sangre a borbotones. La abrazó, mientras otra vecina llamaba una ambulancia. Ella entre sollozos alcanzó a decir: "Esto no es lo que soñé. Vos nos sos lo que soñé" y se desmayó.

(...)