Despedida

. 31 de diciembre de 2011
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Cuando te vayas de aquí,
sentirás un aire frío.
No le eches la culpa al viento,
que son por tí mis suspiros.

Génova II

. 20 de diciembre de 2011
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Génova Príncipe es una estación bastante menos paqueta que la de Milano y Roma. Tiene un poco de ese sentimiento de inseguridad que quizá podemos encontrar en nuestros lares. Estaban arreglando, había andamios y la calle de salida estaba cortada. Salí de la estación y entré en una tabaquería para conseguir un mapa de la ciudad. Me costó un poco orientarme, no encontraba los carteles y no tenía muy en claro hacia donde tenía que ir.

Una ciudad rodeada de montes, con calles que van bajando hacia las costas del mar. Intrincadas callecitas que zigzagueando paseaban arriba y abajo. Mi instinto de supervivencia me señaló que debía ir hacia arriba, sin embargo algunos minutos mas tarde caí en la cuenta que debía caminar por la costa hacia el sur.

Cerca de la estación está la Villa del Príncipe, una casona de considerables belleza y dimensiones enmarcando un amplio jardín y su huerto de cara al suroeste, con lo que en algún momento debía de haber sido una inigualable vista al mar. Ahora tiene una vista privilegiada a la autostrada. Un pecado. El museo estaba cerrado, por lo que simplemente saqué unas fotos desde fuera y seguí caminando.

Bordeando el puerto fui bajando hacia el centro. En un momento me vi tentado de internarme en esas callecitas angostas, algo oscuras, y lo hice. De repente una señal de alerta se intentó prender en mi cerebro, pero hice caso omiso y seguí caminando entre inmigrantes de diversas lenguas y callejuelas que cada vez me recordaban mas a las películas de piratas. En pasillos de no mas de un metro y medio, estaban apostadas pescaderías, panaderías, almacenes y demás locales de venta al menudeo. También relojes, artículos electrónicos... Desde hacía un rato me sentía observado, pero mi cara y mis movimientos eran de asombro y embelezamiento. A medida que me internaba en esas calles, mas atraído me sentía. En una verdulería me asombré de la variedad de frutas que había, ni en Milán había visto tanta variedad. En un puesto compré una crocante porción de fainá y seguí mi paseo hacia el centro.

A medida que me acercaba alejaba del puerto, me encontré con calles declaradas patrimonio de la humanidad, cafés y restaurants antiquísimos, universidades y palacios por doquier. Era una ciudad que supo ser señorial, aún se podía sentir el sonido y el brillo de las riquezas que circularon por esas calles. A cada paso me intrigaban las personalidades que habitaron esos pequeños y barrocos palacios. Incluso conocí la facultad de Agronomía de Génova, un antiguo palacio de tres plantas con un patio central donde el sol del mediodía apenas iluminaba un ramoso limonero que habitaba en un macetón de mármol.

Seguí recorriendo las calles, absorto, sin hambre ni cansancio. Caminé por vía Balbi sonriendo a cada paso. En vía Cairoli me encontré con dos increíbles particularidades, una librería que estaba abierta desde 1810, librería Bozzi, en la que mostraba en su vitrina un incunable de la época: Una crónica de la vida en Buenos Aires. Y la otra belleza, un café, abierto desde los mismos años, cuyos chocolates, amaretis, confituras y bombones parecían saltar de las bandejas en dirección a mi cerebro. Me detuve a mirar embobado cada una de las fachadas, cada una de las puertas y, como en una revelación, vi una calle que terminaba en una escalinata justo detrás del Palazzo Bianco.

Los escalones eran cada vez mas rústicos, empinados y cansadores. Pensaba en Pina y en lo mucho que le gustaría caminar por acá conmigo. Las veredas seguían subiendo y a ambos lados, las puertas y ventanas de bellos hogares. Las casas tenían las cortinas abiertas y adentro todo era pintoresco. En no pocas se podían ver cálidas imágenes familiares, fogones y a las señoras preparando la cena. Había un olor a laurel y leña en el aire, que se mezclaba con el fresco del mar.

Seguí subiendo hasta llegar a un mirador por encima de los palacios de la vía Garibaldi. A mi espalda los montes y sus casas mirando al mar. De frente se veía el puerto de Génova; a lo lejos el faro comenzaba a destellar. Finalmente la noche estaba cayendo. A mis pies, las luces de la ciudad coloreaban las calles. El cielo encapotado, frío. Mi corazón no entraba mas en mi pecho.

Y de repente, desde todas las iglesias, sonaron felices las campanas, en un concierto navideño. La ciudad me sonreía y yo, que no podía contener las lágrimas.

(...)

Génova I

. 8 de diciembre de 2011
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Dejar Milano me excitaba. Por un lado, las ganas de dejar esa ciudad apática y superficial, me generaba un gran placer. Pero por el otro, dejar una ciudad que había caminado y en la que me ubicaba con facilidad, que me generaba cierta tranquilidad y confianza, me daba un poco de vértigo.

El tren iba bastante lleno, mi mochila y yo conseguimos un lugar en un vagón de los años 90, limpio y cómodo. El tren atravesó la ciudad, se escapó de la urbe y empezó a tomar velocidad. La mañana estaba en todo su esplendor, de a ratos un sutil rayo de sol se filtraba por entre las espesas nubes. El camino estaba nevado desde hacía rato, pero cuando nos adentramos en los montes la nieve se notaba mas mullida y generosa.

Cruzar por dentro de los montes fue una experiencia notable. Algunos eran realmente largos, la oscuridad era plena. Uno en particular me pareció extremadamente largo. Si mi corazón tuviera que medir el tiempo diría 4 minutos de oscuridad total. Los sonidos también eran interesantes. Al ingresar a los túneles se aturdían, todo lo que se escuchaba parecía desaparecer brevemente. Después la presión en los oídos aumentaba. El zumbido de los metales rozando y el aire corriendo a presión sobre la carrocería provocaba cierto grado de temor. El hecho de que no se viera nada, de nada, colaboraba a generar un clima de expectación y misterio. En cambio, las salidas de los túneles eran estruendos de luz y sonido. Parecían disparos.

En una de esas salidas estruendosas, se hizo la luz. Y las nubes, a medida que nos alejábamos se hacían cada vez mas blancas y ligeras. El sol brillaba enorme sobre Génova. El mar, podía oler el mar.

(...)