. 24 de febrero de 2011
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El viaje hasta Piacenza parecía no tener fin. Los últimos kilómetros, hundidos en la noche oscura, rodeados de esa neblina fría y con los vidrios del tren escarchados, semejaban esas historias de ciencia ficción en las que los personajes quedan atrapados en un vórtice por unos segundos que para ellos parecen semanas enteras.

Las estaciones seguían ocurriendo, los pasajeros seguían bajando y yo, esperaba. Estaba muy agotado como para poder seguir dialogando en otro idioma, ni siquiera hubiera podido hablar en español, por lo que mis comunicaciones con la agradable pareja de calabreses eran esporádicas, cordiales, pero esporádicas.

Piacenza. Mis compañeros de camarote me confirman que es la próxima estación. Impaciente y ansioso, comienzo a abrigarme y bajo mi valija. Los saludo afectuosamente, deseándoles un buen viaje y me despido. Las ruedas de mi valija se habían roto en el aeropuerto de Roma. Simplemente la arrastro por todo el vagón. No tenía fuerzas para cargarla.

Al bajar del tren, siento el frío del aire golpear contra mi ser. El andén solitario, oscuro y sin los lujos de Roma, me desorienta. Hacia ambos lados busco a mi amigo, pero como era de esperarse, no estaba. Había quedado en llamar a Ezequiel desde Roma, antes de subir al tren, pero cada vez que lo intenté se encontraba ocupado. Mi plan era llamarlo desde la estación de Piacenza, y de no ser posible comunicarme, conseguirme algún medio de transporte hasta su departamento.

Ubico la salida y camino hacia ella, cuando de repente, y como ocurre en las novelas mas cliché que recuerdo, se deslizan las puertas lentamente y en cámara aún mas lenta, aparece Ezequiel con una sonrisa de oreja a oreja. Felices.

A los cinco minutos de saludos y abrazos, me dice que había encontrado llamadas perdidas en el célu; y asumiendo que la última había sido justo antes de subir al tren en Roma, estimó que estaría llegando en ese momento. Científicos, cómo no quererlos.

Cenamos pizza, organizamos la jornada siguiente y charlamos hasta que nos ganó el sueño.

Faltan 4 días.

Mi amigo se casa el sábado.


(...)

Día 1

. 10 de febrero de 2011
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El viaje ha concluído. Hace unos días he vuelto a la Buenos Aires que me había visto partir sabiendo que regresaría. Intentaré volcar mi diario resumido sin ser aburrido pero, ciertamente, será sólo un intento.





Primero, el vuelo merece unas menciones especiales. Viajábamos un día 13, a las 13:30 horas y con 13 minutos de demora, despegó el avión. Y yo, acomodado en el asiento 13C. Muy loco. Éramos poco mas de 60 personas en un Airbus enorme. Supongo que las supersticiones son mas fuertes de lo que uno puede imaginarse. Prácticamente un tercio de la capacidad del avión, todos pudimos acostarnos en varios asientos e intentar dormir mas cómodos, y jamás hubo que esperar para el baño. Un desperdicio de espacio y gas-oil.

Era mi primera vez en un avión. De por sí, 13 horas de vuelo son mas que un bautismo (si, 13). Y vivenciar una tormenta sobre el océano Atlántico, no parece ser lo mas aconsejable para esos momentos. Si bien la sensación era como estar viajando en el 247 por Av. Pasco, no es lo mismo estar mas cerca de la estratósfera que del suelo.

La llegada a Madrid es con miedo. A pesar de tener todos los papeles al día y cumplir con todos los requisitos (chequeados varias veces), uno tiene miedo. ¿Infundado? No lo sé.
La palpación policial fue exhaustiva. Excesiva. En algún momento se me escapó un muy sutil: "como mínimo, un mimo en la oreja..." No sé si lo escuchó, pero me miró y me dijo: "ánda". Y me fuí, acelerando el paso, por las dudas.
Cruzando toda la enormidad de la terminal de Barajas, estaba la puerta del segundo avión de mi primer jornada como extranjero.

Desde el momento en que el capitán aseguró que estábamos sobrevolando suelo Italiano, me emocioné. Podía mirar por la ventanilla, a nuestra izquierda, la costa italiana. ¿Mencioné que en este vuelo también me tocó el asiento 13?

Roma. No se distinguía muy especial desde el cielo, aunque se distinguía. Fantaseaba con poder ver el Coliseo desde el aire, pero no. Aterrizar no es tan movilizante como despegar, es mas, no me pareció siquiera divertido. Pero lo hacemos correctamente. Descendemos con tranquilidad, con un nivel de desorden aceptable. Consigo mi valija sin problemas, y algunas sonrisas después y sin consultar a nadie encuentro el tren que va desde el aeropuerto hasta el centro.

Llegado a Roma Termini, surge la idea de dar una vuelta aún con la valija y procedo a abortarla cuando escucho policías, bomberos y veo correr manifestantes con banderas rojas. Si, parecía Buenos Aires. ¿Me habré equivocado de vuelo en Barajas? ¿Me deportaron y no me enteré? No, una protesta contra Berlusconi; después me enteraré con mas detalle de los desmanes. En fin, de regreso a la estación y a sacar pasaje a Piacenza.

Encontré el andén y el tren en la bastante grande estación de Roma e incluso pude comer algo. Sólo tenía que esperar la partida. Mi desempeño antes del viaje fue todo un suceso. Ya, el primer día y me asombra lo bien que me ubico y me manejo por un país completamente extraño. Soy bastante ególatra, claro. Pero por lo menos no tengo ataques de grandeza. Me contento con no perder el tren en mi primer día y almorzar un panini. Genial, mi gran ego es humilde.

Viajar en camarote es mucho mas divertido de lo que parece. Piacenza queda unas ciudades antes de Milano, por lo que el viaje asegura ser largo. Los 3 bebés que viajaron desde Buenos Aires se habían turnado estratégicamente para poder molestar exactamente todo el vuelo. Por lo cual, en algún momento después de las 3 de la tarde, me libré a mi necesidad de dormir.

Me desperté de un sobresalto. Que anochezca a las 5 de la tarde, no ayudó para ubicarme en el espacio-tiempo italiano y mucho menos a bordo de un tren. La pareja de calabreses que oficiaban de mis compañeros de viaje, supieron decirme nuestra ubicación y el horario. La charla no se hizo esperar, no todos los días se viaja con un argentino (¿somos tan pintorescos?). Luego de las preguntas, que mas tarde serían repetidas por todos los italianos a los que me presentara, comenzó un diálogo ameno aunque algo entrecortado por situaciones propias del viaje.

Eran periodistas, o al menos él lo era. Ella, su mujer, era editora. Jubilados ambos, viajaban a Milano a cumplir con algunos trámites legales. Aunque también médicos. Me cuesta seguirlos cuando hablan, lo hacen muy rápido. Así y todo, se les nota que hacen un esfuerzo para hablarme claro y pausado, comparando cuando hablaban entre ellos. Momentos en los que me parecían que hablaban un idioma completamente distinto.

Entrado el horario del tercer almuerzo (mi estómago tampoco colaboraba con la ubicación gastrónomo-temporal) la mujer, me ofrece unas bombas de papa, envueltas en masa de pan y rellenas con carne y queso. A pesar de que mi estómago crujía desesperado y mis glándulas salivales no paraban de dar señales de vida, rechacé la gentil oferta, claramente esperando que la señora insistiera. Cosa que nunca hizo.

Ya no podía siquiera pensar en dormir. Lo único que podía hacer era relajarme y esperar. Piacenza estaba mas cerca.

(...)