última de febrero

. 19 de febrero de 2008
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( . . .


M · A · R ·

. 17 de febrero de 2008
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Sin dar muchos detalles de lujos y locaciones, me dispongo a contarles brevemente el placer que sintió mi cuerpo lleno de cristales blancos y rosados, cristales húmedos y calientes. Con la diosa de sal latiendo bajo mi mano. Sintiéndola con mis labios en su piel. Llenándome. Invadiéndome. Dominándome. Para luego sentirme desvanecer lentamente, al entrar en el sopor de sus besos.

(Divague - Recuerdo inaudito)

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. 3 de febrero de 2008
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C uentan los libros de los corazones hambrientos, que un día apareció en el bosque un hombre desnudo. Un esbelto hombre que por cabellera llevaba al mismo viento y que en su piel se doraba el sol. Que sus manos eran suaves como seda y firmes como el roble.

Cuentan que se encontraba triste porque había perdido a su amor en una batalla contra un demonio. Llevaba consigo sólo una pequeña pieza de un raro nácar colgando de su cuello, un recuerdo de su amor.

En esas mismas páginas contaban como mientras recordaba sus historias uno las podía ver en sus ojos profundos como el más profundo mar de las Filipinas.

Los corazones hambrientos lo cobijaron entre sus más dulces mentiras, lo acomodaron en el centro de una cañada de piedras filosas, y lo rodearon de sus horribles halagos.

Entonces, se quedaron escuchándolo, una y otra vez, contar su penosa pérdida.

Y día a día, se fue enredando en sus redes cada vez más, y todo su ser se fue entumeciendo, hasta no poder siquiera hablar.

Pasaron meses, años y el bello caballero que alguna vez doró al sol, se convirtió en una gris estatua de piedra.

Su melancolía recorrió de regreso los pasos que lo habían acercado a la cañada. Atravesó mares y océanos, montañas y praderas.

Y llegó hasta un simple ser, bondadoso y humilde, aunque aún mas curioso y deseoso de aventuras.
También llegó a los oídos de un astuto ladrón, que alguna vez conoció al hombre dorado, y sabía lo que en realidad atesoraba en su cuello.

Por eso, y porque las casualidades no existen mas que el destino, se cruzaron el humilde y el astuto, para emprender el camino hacia la lejana cañada.

...